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¿Qué puede una diosa, una diosa del Olimpo, hacer cuando su papel como diosa ya no es factible?
Es la disyuntiva que tiene Rea, una diosa del Olimpo
Sin embargo, es una diosa, sabe de religiones.
Decide ser espectadora de cómo se desarrollan las religiones en la tierra y así estar cerca de sus profetas y mesías.
Pero sus métodos no siempre son adecuados. Lo que encuentra no siempre es beatífico.
E stas son sus impresionantes narraciones de lo que ocurre dentro de las moradas de esos profetas religiosos.
Siendo inmortal, comparte la vida de la humanidad.
Siendo mujer, ha tenido cientos de bebés.
Al ser una diosa, sabe cómo tratar con los dioses.

“La espléndida historia de las pasiones de una
lasciva diosa del Olimpo con profetas y mesías religiosos.”
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Vignette:
Los carruajes de guerra de Moisés están alineados frente a cientos de lanzas.
Una línea de arqueros acaba de enviar otra andanada de flechas hacia la puerta de la ciudad.
Abro la puerta desde adentro y salgo.
Estoy vestida como un guerrero. Una túnica hecha de piel de leopardo envuelve cómodamente mi cuerpo. Y estoy armada con un escudo y una espada.
Mi aparición es una sorpresa, ya que veo que hay una pausa en el diluvio de flechas.
Aun así, algunas flechas impactan en mi escudo y una me golpea. Mi piel de leopardo está reforzada y es impenetrable a estas armas primitivas.
Por tanto, camino hacia adelante.
Otras flechas golpean mi escudo. Sigo caminando.
Finalmente, una orden y el diluvio termina.
El carruaje de Moisés avanza. Solo.
Se detiene frente a mí. Bajo mi escudo y Moisés me mira fijamente, mientras su arquero me apunta con una flecha.
Inclino la cabeza. “Como prometí. Te entrego Meroë, la ciudad de mi rey, a ti, esposo mío”, digo con firmeza.
Camino hacia el costado del carruaje donde el arquero mantiene la flecha apuntándome. Extiendo mi mano y antes de que pueda reaccionar, le tiro del pie. Se cae del carruaje.
Me subo de un salto. “La ciudad es tuya”, le digo mientras lo abrazo por la cintura. “Y yo soy tuya”.
El carruaje se mueve y pronto estamos dentro de la ciudad. Otros carruajes y los lanceros siguiéndonos.
“¡La ciudad está vacía!”, farfulla.
“Te prometí la ciudad. No su gente”, respondo.
Gruñe.
“Puedes saquear”. Lo que quede. Yo diría que no mucho. Mis brazos lo abrazan con fuerza. “Y puedes violarme”. Me rio.
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